A mis hermanos,
refugiados guatemaltecos,
a tres décadas de su llegada a México
«Antonio era demasiado pequeño para escapar. Dormía en los brazos de mi
madre. Ella no se levantó. Allí mismo le dispararon. Murió al instante.
Siempre recordaré el momento en que oí que mi madre había sido asesinada.
Más tarde se lo comuniqué a mis hermanos: Ha muerto, ha muerto…, ¿qué
vamos a hacer?. Lo único que se podía hacer era huir de la casa.»
Niña refugiada guatemalteca, 16 años.
El mundo de los niños y niñas refugiados.
«por lo pronto se sienten orgullosos
de entender que no vamos a quedarnos
porque claro hay un cielo
que nos gusta tener sobre la crisma
así uno va fundando las patrias interinas
segundas patrias siempre fueron buenas
cuando no nos padecen y no nos compadecen
simplemente nos hacen un lugar junto al fuego
y nos ayudan a mirar a las llamas
porque saben que en ellas vemos nombres y bocas»