«Amanecía: así se lo daba a entender a mi madre la pálida luz que se insinuaba arriba. De un modo u otro, habían pasado aquella larga noche. Sobre el pozo se abatía un silencio fantasmal, de miedo. Miró hacia lo alto y vio que un rayo de luz roja iluminaba la pared, muy por encima de ella. Había salido el sol. Escuchó con cuidado, pero la aldea parecía tan silenciosa como el pozo, aunque
de cuando en cuando creía oír, rodando por el cielo, algo así como el fragor de un trueno. Se preguntó si sus padres vendrían a sacarlos del pozo en ese nuevo día, para llevarlos otra vez al aire libre, fresco y limpio, a un mundo en el que no había serpientes de franjas oscuras ni oscuros sapos flacos.»
Mo Yan
Sorgo Rojo