Las huellas
Cuando la izquierda a nivel mundial vivía un profundo y doloroso reflujo por los graves errores y aberraciones cometidos en la construcción del «socialismo real» en Europa del Este, y occidente enarbolaba «el fin de la historia» y «el proyecto para un nuevo siglo americano», el Comandante Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela, con el 56.5% de los votos. 1998. No existía la UNASUR, el CELAC, ni el ALBA. Cuba, bloqueada, apenas se recuperaba de un complejo y difícil «período especial». La vía armada ya no era una alternativa para alcanzar el poder. La parálisis, por las heridas de la represión, la impunidad y el genocidio, aún seguía siendo cotidianidad en América Latina. Juicios, tribunales, verdad, organización… una utopía. Hablar de socialismo o simplemente de un mundo mejor, rondaba en el discurso trasnochado. Para la izquierda, en su diversidad de propuestas, seguía siendo un sueño llegar al poder e iniciar la construcción de una alternativa diferente. La sensación de derrota permeaba profundamente, incluso en la izquierda crítica de las aberraciones cometidas en el campo socialista. La maquinaria propagandista de la «finalizada» Guerra Fría, nos recordaba triunfante, día a día, la inevitabilidad y la bondad del proyecto neoliberal.
Abrir la brecha, imperfecta, inconclusa, pero abierta, de otras alternativas de organización, integración y relación regional, fue desde estos ojos míopes, el gran aporte de Hugo Chávez. El reto no era fácil: romper la bipolaridad reinante sobre los escombros de un fracaso. Se empezó en Venezuela, y posteriormente en cascada en otros países de América Latina, un proceso de descolonización del pensamiento, la economía y la política, camino fundamental para enriquecer el mosaico continental. Volver a poner palabras como: revolución, socialismo, izquierda, independencia y otros sinónimos del «eje del mal», en el vocabulario cotidiano, como una opción discutible, «buscable,» y aplicable, sin importar la diversidad de matices y aplicaciones en cada país, fue un logro de alcances difíciles de calcular en términos de libertades. Romper la inercia era lo indispensable; lograr por primera vez en nuestra historia la diversidad que hoy refleja y vive América Latina. Un reto histórico: dar un nuevo primer paso, intentando despojarse de herencias, transformar y transformarse sobre la marcha. Proceso no carente de errores y grandes pendientes, pero rico de inmensos logros, locales, nacionales y regionales. De todos ellos habrá que seguir aprendiendo para continuar la construcción de la Patria Grande.
En términos humanos, quince años puede ser mucho tiempo. En términos históricos y en los cambios sociales, puede ser un segundo. Que orgullo para un hombre, morir así, dejando huellas, siendo parteaguas de procesos en marcha, gérmen de la recuperación de ideales, de democracia para las mayorías históricamente olvidadas y de dignidad. Sólo así se puede entender el dolor desbordado que inunda las calles venezolanas; el luto decretado en Argentina, Belarus, Brasil, Chile, Cuba, China, Ecuador, Haití, Perú, República Dominicana, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Nigeria, Irán y la República Árabe Saharaui Democrática; la presencia de cincuenta y cinco delegaciones internacionales y treinta y tres presidentes y jefes de estado en las honras fúnebres del Comandante Hugo Chávez; pero sobre todo, por la voz, el testimonio y el llanto de quienes hasta ayer -en términos históricos-, no existían.
“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador; pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron”.
José Martí
El Federalista
México, 5 de marzo de 1876