En vísperas de su día
que son todos los días,
brota el cempasúchil.
Para Ernesto.
Para tres Colmeneros que nos acompañan siempre.
Cuando hay poco trabajo, para no oxidar el ojo, salgo a la calle. Un simple ejercicio para seguir viendo y preguntarme.
Dos horas nada más en las cercanías para encontrar algo a compartir, para intentar no extraviar la mirada y perderme en las fronteras, en las propias y en las ajenas; para intentar, aunque sea sólo teóricamente y «de buenas intenciones», cuestionarme el reinventarse, esperando no sea demasiado tarde ante los vicios, esquemas, rigideces, velos y obsesiones que se enquistan en la mirada.
Un simple ejercicio dizque para el cuidado de los ojos.
Sábado y domingo, dos horas, un reloj, un juego, un ejercicio: un desfile, un panteón, un museo y un mercado, en una ciudad de millones que se reinventa día a día desde sus más profundas raíces.
Catrinas y catrines que apenas cumplen sus primeros 106, invaden avenidas y mercados, junto a ancestrales calacas, diablos y calaveras que siempre seducen y acompañan.
El sentir está ahí, enraizado y latente, divertido y esperanzador, sujeto a resurgir a la mínima provocación, aunque esta venga del otro lado, cuando a nosotros, ante los espejismos, se nos empiezan a olvidar de donde venimos.
Pocas veces en la cobertura de marchas y calles había visto tanta gente, multitudes expectantes, más allá de la provocación de un guionista y una industria, reafirmando a pie, sus raíces más allá del discurso, la temporalidad y la posible reinvención.
A veces, como que nos hace falta que otros nos miren para permitirnos mirarnos a nosotros mismos.
En estos días, en la calle,
en un simple y superficial vistazo de dos horas,
pareciera que aquí y ahora,
los muertos, nuestros muertos
-no los de Halloween y Hollywood-
convocan más que los vivos.
Mientras perseguía estos instantes
partió entre ofrendas y barriletes,
Ernesto, sobrino y hermano por decisión y vida, por entrelazar destinos, sueños y andares.
A sus padres y a su familia;
a nuestra gran familia y gran colmena,
toda mi solidaridad y profundo cariño.
Un simple pero sentido homenaje
para Ernesto, Mela y Ricardito, que siempre nos acompañan y con sus sonrisas nos seguirán inspirando para vivir instantes.
Ciudad de México, 29 y 30 de octubre de 2016.
Fotos: Ricardo Ramírez Arriola
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