México

CDMX, 21 de septiembre de 2017:

de certeza e incertidumbre

Horas complejas. Aumentan las ausencias, afloran nuevos edificios colapsados de profundas heridas estructurales en la Ciudad de México, a la par de las dudas, las incongruencias, las incoherencias, las evidencias de fraudes inmobiliarios en zonas sísmicas, de declaraciones prematuras de finalización del rescate e inicio de la reconstrucción en Morelos, entre equívocos de cifras: veinte o diez mil viviendas afectadas en ese Estado, y nos falta saber de Puebla, Guerrero, estado de México… Es inevitable, humanamente, que no se acreciente la profunda sombra de un 1985 en el que nunca se supo ni se reconoció con certeza cuántos muertos tuvimos que llorar. Crea fama y échate a dormir dice el dicho popular, y es cierto.

 

Ayer, entre los escombros, donde la mayoría de la gente era voluntaria, cuando aparecieron autoridades, no faltó la expresión de desánimo y duda. Es un pulso que sólo en estos momentos, de gran dolor e incertidumbre, se pueden empezar a restaurar, con hechos, con ética, con la necesaria información para una ciudadanía ya adulta, con autocrítica, con claridad, con organización y con verdad.

Los terremotos suelen sacar siempre a flote las verdades, marcar a las sociedades y resaltar también lo más grande que tenemos.

A poco más de cuarenta y ocho horas, nos confrontamos con dolorosas, cínicas e inmorales falsas noticias, además de los rumores, las confusiones, las cuentas discordantes de los ausentes, junto al miedo, al abandono, a la indiferencia y al vacío en el que con la realidad cotidiana nos ha ido entrenando.

Paradójica y dolorosamente, el sismo también es una oportunidad, y ojalá la escuchen.

En medio de este doloroso torbellino, cada hora se evidencia la impresionante entereza de este pueblo solidario, cuya masiva disposición, en estas horas difíciles, incluso desbordan las capacidades y las posibilidades inmediatas.

Es conmovedora, de verdad, esta gran ciudadana.

Hoy, en las calles de Chimalpopoca y Bolivar, o Lucas Alamán… en la colonia Obrera de la Ciudad de México; ya sea en el centro de acopio, en las filas de voluntarios como rescatistas, en las vallas humanas para contener el tránsito y permitir la posible circulación de las ambulancias, en el aporte y el transporte de víveres, productos básicos, herramientas y agua… y en la zona del colapso y el rescate, estaba lo más hermoso de este gran pueblo: su profunda solidaridad y genuina preocupación por quien sea que haya quedado atrapado en un escombro, en este caso una fábrica de cuatro pisos, maquiladora de textiles, donde trabajaban hasta el 19 de septiembre, mujeres y hombres de Centro América y China, marcados por el silencio, el anonimato y el quién sabe que significa migrar en nuestros países.

El dolor, la incertidumbre, el enojo, el coraje, la esperanza, la confianza y la admiración en estas horas se amalgaman, es inevitable. Seguramente, ese amasijo poco a poco irá gestando territorios fértiles para juntos honrar el ejemplo.

Qué viva México

Colonia Obrera, 
Ciudad de México, 21 de septiembre de 2017


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