México

El vuelo de los muertos

 

Soy la última lucha para no morir.
Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.

Paul Eluard

 

La aurora esparce las últimas sombras cuando el hombre sale en busca de sí mismo.

Cada muerte escoge su próximo nacimiento. Cada hombre se inventa en un nuevo pájaro.

Cada vuelo recorre el torrente sanguíneo mientras el corazón bombea esperanzas. Las nubes abren paso a la sangre y la tierra abraza la lluvia. Cuatro gotas son suficientes, cuatro puntos los necesarios para divisar el mundo, cuatro los voladores del Kos´niin.

Abajo, dos mujeres dibujan la trayectoria de la plegaria, el ciclo del Xiuhmolpilli, el calendario de los amaneceres del tiempo. Ellas imploran el perdón y anuncian el sacrificio. La fertilidad será la recompensa.

Arriba, los astros danzan al compás del puscol y del litlaqni. La flauta de carrizo desencadena el viento y el tamborcillo acelera el pulso. Los latidos abren las entrañas y saludan al sol con la sorpresa del primer encuentro. El vacío los espera con los brazos abiertos.

Quihiukolo, el dios del bosque, construyó la escalera. Uno de sus hijos, enfundado en un traje de liana, se ha erguido dignamente en el centro de la plaza. Y bajo el mandato del padre, revelará a los hombres el misterio del quetzal, la estatura del águila, el arcoiris de la guacamaya y la romanza de la calandria. Cuatro ramas coronan la cúspide.

Así, desde los tiempos inmemoriales, el hombre se convirtió en la distancia más corta entre el cielo y la tierra. Más abajo y más arriba, las líneas cerraron el círculo, un círculo que anuncia el final de un nuevo principio. Un círculo en el que la vida y la muerte se miran a los ojos.

Rossana Coronado


Texto escrito en 1998 para la exposición Vuelo místico de Ricardo Ramírez Arriola. Las fotos de esta primera exposición fueron tomadas en Cuetzalan, Puebla, México, el 4 de octubre de 1997 durante una pausa en los preparativos para una intervención quirúrgica de corazón abierto. Ese día aún no sabía que quería dedicarme a la fotografía, pero sí, como dice Paul Eluard, que estaba más abajo y más arriba que nunca.

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Vuelo místico…

La danza de los voladores, según arqueólogos y representaciones de códices prehispánicos, puede haber existido desde el año 1200 de nuestra era, lo cual la convierte en una de las danzas rituales más antiguas del continente.

Se sabe que fue iniciada por los toltecas, quienes la llevaron a sus puestos militares de América Central. En esa época participaban solo dos danzantes en el descenso.  Posteriormente, los mexicas introdujeron en esta danza los conceptos solares, el elemento del peligro representado con la danza en la punta del palo, y lo llamativo de sus trajes. A partir de ese momento empiezan a participar cuatro voladores para poder codificar los conceptos del universo y del calendario: 13 vueltas cada volador en su descenso, que multiplicado por cuatro da 52, símbolo de Xiuhmolpilli o ciclo de 52 años del calendario mesoamericano.

Es una danza dedicada al sol y a la fertilidad. El aparato giratorio en la parte superior del palo simboliza la rotación de los astros. La fertilidad se expresa en la caída de los voladores desde la punta del poste, representando la caída de las gotas de la lluvia.


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