31 de enero de 1980: Masacre de la Embajada de España
«Nada se nos ha olvidado.
Nadie se nos ha olvidado
porque nunca hemos olvidado
ni vamos a perdonar sin justicia y sin equidad.»
Así rezaban volantes, mantas y consignas el 31 de enero de 2005, en la marcha realizada por las céntricas calles de Ciudad de Guatemala para recordar la Masacre de la Embajada de España, ordenada por el gobierno guatemalteco el 31 de enero de 1980.
Allí estaban presentes madres, esposas, esposos, hijos e hijas de los campesinos y estudiantes asesinados en la sede diplomática. Algunos campesinos quichés viajaban por primera vez, desde sus comunidades, a la capital del país.
En busca de las huellas que dejó la masacre del jueves 31 de enero de 1980, no sólo en los sobrevivientes y familiares de las víctimas, sino en una generación de guatemaltecos, compartimos algunas voces de hombres y mujeres, indígenas y ladinos, campesinos y profesionistas, quienes compartieron en aquella ocasión sus recuerdos y demandas.
Teresa Pinula Lux:
«Mi hermana murió en la embajada por sus derechos.
Nosotros somos pobres. Después estoy yo llorando por nuestros hermanos que se murieron. Entonces llegaron los soldados con nosotros. Nos va a quemar casa, a matar a bastante gente y ya no tenés comida y no tenés nada. Se quemó el maíz. Animal, gallinas, todo se robaron los soldados… y pues me fui a la montaña.»
Catarina Maldonado Cuj:
«Cuando mi marido murió en la embajada nuestros hijos se enfermaron o los mataron. Los mismos soldados nos mataron a los hijos, nos quemaron la casa. Frijoles y maíz y todas las pertenencias que teníamos las robaron. Es el recuerdo que tengo y siempre lo lamento. Eran trece hijos los que yo tenía y murieron diez. Ahora sólo viven tres.
Estoy enferma de susto por causa de esta violencia que pasó y no puedo curarme porque no tengo con qué.»
Celestino Sic Tum:
«Yo me quedé huérfano el 31 de enero de 1980.
Mi padre decidió darnos estudios hasta llegar adonde haya que llegar, pero esos fueron sueños nada más que se quedaron cuando mi papá murió.»
Rigoberta Menchú Tum:
«Es la situación de mucha de nuestra gente. En silencio han llorado por ellos, en silencio les han puesto una vela, en silencio los han buscado. La mayoría de las viudas del genocidio en Guatemala, de los sobrevivientes, ha buscado a sus muertos día a día en silencio. Los mayas, cuando hay un día de luto, nos sumergimos en el silencio porque convivimos con nuestros muertos…
Yo creo que nunca van a poder resarcir los daños que nos han causado, el dolor de haber roto nuestras familias, de haber quemado vivos a nuestros seres queridos, de haber torturado a nuestra gente. Somos afortunados porque ya ganamos un camino que no va a retroceder y ese camino es el de la justicia. No tenemos prisa porque ya lo perdimos todo, hace 25 años.»
Karina García:
«El 31 mi madre me recibió en la puerta de la casa cara de angustia. “¡Ocuparon la embajada de España!”, tenía las noticias en la radio y en la tele.
Esa noche vi llorar a mis padres con auténtico sentimiento de rabia y de dolor ante la injusticia. Esas lágrimas me enseñaron más que cualquier curso universitario.
El efecto del terror es perceptible hasta hoy. Para mucha gente ese hecho fue un claro mensaje: “el que reclama sus derechos merece morir”.
Rosario Pú:
«La masacre de la Embajada de España abrió muchas puertas y ventanas al mundo para que se hiciera la denuncia, pues nadie creía que las injusticias y la impunidad existían en Guatemala.
Aquí nos motivó a organizarnos mejor, a tomar las medidas y a escondernos.»
Carlos Barrientos:
«Ese día por la noche, viendo las imágenes por televisión y oyendo los gritos de los compañeros y compañeras cuando estaban siendo quemados vivos, me dije a mí mismo que esos gritos jamás se me debían olvidar y que los debería mantener siempre presentes, mientras en Guatemala hubiese injusticia.
Ese día tomé la decisión de irme a la montaña y tomar las armas, porque no había otro camino.»
Luz Méndez:
«La masacre de la embajada de España significó el cierre de la etapa de las luchas sociales, de las grandes movilizaciones de importantes sectores de la población. Creíamos que con la movilización social se iba a transformar esta sociedad.
Quedó claro que los sectores dominantes y su principal instrumento en esa época, el ejército, estaban dispuestos a impedir cualquier expresión de lucha social a toda costa. No les importaba absolutamente nada, ni la imagen del gobierno ni mucho menos la cantidad de gente que tuviera que morir.
En mi vida significó pasar a una etapa de vida clandestina.»
Silvia Solórzano Foppa
«El 31 de enero yo estaba en la ciudad de Guatemala porque tenía una bebé de muy pocos meses, por lo que había salido de la montaña. A pesar estar en la ciudad vivía en una severa clandestinidad, en una casa de la cual no podía salir. Por televisión vi lo que sucedía y realmente me causó una conmoción muy grande. Aunque sabía de las cosas que estaban pasando en Guatemala, especialmente en el campo, verlo por televisión fue realmente impactante. Recuerdo muy bien las imágenes todavía hoy.»
Velia Muralles:
«Yo tenía 8 meses de embarazo y al mes nació mi hija. También Sarita, la compañera de uno de los caídos en la Embajada, estaba embarazada. Viví con un gran conflicto mi parto porque casi nacieron juntos los niños, sólo que yo estaba acompañada y ella había quedado viuda.
Hoy me encontré con la suegra de Sarita. La señora hace 25 años no quiso saber nada de su hijo caído, ni de su nieto, ni de nadie. ¡Me da tanto gusto ver que ahora marcha con el féretro de su hijo reclamando justicia!
La historia se revierte y nos une. Nos reencontramos después de 25 años, buscando justicia, y eso nos vuelve a dar ánimos de lucha.»
Gustavo Meoño:
«La masacre de la embajada de España va mucho más allá del efecto que tuvo sobre las víctimas directas, porque en realidad marcó un especie de parte aguas. Esta masacre significó un antes y un después para la represión.
La decisión del gobierno militar de asaltar a sangre y fuego una embajada extranjera, de no dejar una persona viva, significó la decisión de que a partir de allí no se detendría ante nada. Se violó de tal manera la legalidad nacional e internacional, se actuó con tal desprecio en contra de la opinión pública nacional e internacional, que a partir de allí cualquier cosa iba a ser menor. En una aldea, encerrar a los campesinos en la iglesia y quemarlos vivos nunca iba a ser más grave que lo que ya habían hecho.»
Enrique Corral:
«Hay médicos, bomberos y payasos sin fronteras. No puede ser que no haya justicia universal para proteger a la humanidad.»
Elizabeth Moreno:
«La violación a los derechos humanos, individuales y colectivos, no prescribe. En Guatemala hay una deuda histórica con la justicia. Se quiere borrar la memoria con el olvido, con la tolerancia, con discursos falaces que hablan de la democracia, del perdón, de un Estado de derecho para unos pocos, porque las causas estructurales que originaron el conflicto aún son parte de la realidad de Guatemala.»