México. Elecciones 2012

Elecciones 2012

La «elección más limpia de la historia»

La semana pasada fuimos testigos, en México, de unas elecciones inicialmente calificadas como «las más limpias de la historia», «las más observadas» y «sin incidentes». Con el pasar de las horas, el proceso electoral fue convirtiéndose en el mejor testimonio, cual punta de iceberg, del mal endémico que mina el tránsito del pueblo mexicano hacia una verdadera democracia: la impunidad sistémica y su correspondiente reacción, la impotencia y la resignación en un país donde la justicia se aplica de manera selectiva: los ciudadanos «de a pie» son de facto «presuntos culpables» y las instituciones, empresas y personeros del poder, «presuntos inocentes».

Masivas compras de votos, impugnaciones y denuncias de irregularidades y delitos electorales, coacción, violación de la veda electoral, manipulación de las intenciones del voto y desinformación a través de encuestas electorales, agresiones físicas, asesinatos, impugnaciones… han puesto en duda al voto como sinónimo de libertad de elección, decisión y participación.

Colectivamente fuimos testigos de la profunda contradicción que vive la cultura política mexicana: la construcción de una infraestructura electoral sin proporciones económicas en América Latina. Basta recordar que, según datos oficiales, el financiamiento público a los partidos políticos, sólo en 2012, fue de 5,210 millones de pesos; el costo de la organización de las elecciones del primero de julio fue de 18,452.3 millones de pesos, por lo que cada voto nos costó a los mexicanos 375.91 pesos (28.0 dólares), ubicándonos como la «democracia» más cara del planeta, después de la camboyana. El costo de un voto en la Eurozona es de 7.0 dólares, en Brasil de 2.3 dólares y en los Estados Unidos de 1.0 dólar…

Lo anterior contrasta, y se convierte en antítesis de garantía democrática, en un país donde el salario mínimo es de 59.08 pesos diarios; donde el 35.8% de la población, o sea 40.3 millones de mexicanas y mexicanos, vive en la pobreza y el 10.4%, 11.7 millones, en la extrema pobreza. En este caldo de cultivo, fácilmente el voto se convierte en mercancía temporal que provee de alimentos, paraguas, sacos de cemento, láminas y, en el mejor de los casos, algún camino pavimentado o inscripción a un programa social sexenal.

El proceso electoral de este año ha puesto nuevamente en la mira a los dos Méxicos que conviven en un mismo territorio nacional: el de los discursos, los múltiples candados de seguridad electoral, la tecnología, el despilfarro de recursos en propaganda, las transacciones bancarias, el análisis, la información, la movilización, la consciencia, el entusiasmo, la participación, la observación, la vigilancia, la comunicación y las redes sociales. Del otro lado, con sus tarjetas Soriana en la mano y sus paraguas, el México del hambre, del olvido, el que no se quiere ver… salvo en tiempos electorales, el que va resolviendo el día a día, el que sólo tiene el hoy, el que no tiene confianza en los partidos políticos más allá de lo que hoy puedan «regalar», el de las promesas incumplidas por generaciones, el de los discursos cantinflescos rutinarios, el México cautivo por la supervivencia, el de la cultura del clientelismo, cuya existencia está garantizada con «la formación» y «la información» adecuada para perpetuar y garantizar el sistema. Un México que no ha podido llorar a cerca de setenta mil ausentes; un México paralizado; un México al que, desde siempre, se le ha negado el derecho a la ciudadanía.

Hoy el sistema se desgarra las vestiduras y quedamos boquiabiertos ante la saña de jóvenes adolescentes, ya graduados de sicarios, que sin escrúpulos cometen inimaginables crímenes después de ser reclutados por el crímen organizado. Sin embargo, en un ejercicio de autocrítica y despojándonos de hipocresía, no podemos perder de vista que ellos son fruto precisamente de las inconsistencias de este sistema «democrático», de la incongruencia entre práctica y discurso político, de la falta de condiciones y valores que permitan la construcción de ciudadanía, de confianza en las instituciones y en la justicia. Finalmente se han enquistado en nuestra cotidianidad los antivalores morales que defeca el propio sistema: corrupción, impunidad, incredulidad, conformismo, apatía y violencia.

Hoy, en varios estados de la República, son precisamente los más necesitados los que, con la venta de su voto, se han opuesto al cambio. En lo que podría parecer a simple vista una contradicción, se vislumbra también el reto. No podemos dejar de lado que, para lograr un cambio desde este sistema electoral, nunca se tendrán los recursos necesarios para contrarrestar la compra de votos; nunca se tendrán a favor los consorcios televisivos, ni las directivas de los principales medios y encuestadoras; siempre se nadará a contra corriente. El cambio no es la epopeya de un solo hombre; no empieza sólo en las grandes ciudades ni poco antes del inicio de las campañas electorales. No todas las leyes están escritas para dar paso a la verdadera democracia. El cambio se irradia en cada ejercicio de poder local, en la unidad que nace en los reveses, en la coherencia y la congruencia entre práctica y discurso; en la comunidad rural, en los curules, en la metrópoli.

Estas elecciones han sido y tienen que ser una fuente de grandes enseñanzas. Una de ellas, la incorporación de nuevas voces al clamor en contra de la imposición; jóvenes corazones y mentes, imprescindibles para seguir tejiendo con sus miradas, su crítica y su participación, el güipil de la democracia.

La moneda sigue en el aire.

http://www.360gradosfoto.com


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