“Somos refugiados de la Alemania nazi. Como judíos ya no era posible vivir en Alemania y, felizmente, a mi familia le tocó la suerte de salir de ella en 1936 cuando yo tenía cuatro años. Primero pasamos un par de años en otros países de Europa, donde mi padre trató de establecerse porque pensó que saliendo de Alemania se iba a resolver el problema, no fue así porque el fascismo se extendió por todos lados, había señales terribles de que venía una guerra espantosa.”
“Realmente no veníamos como refugiados, aunque de hecho lo éramos, sino como inmigrantes… Hicimos como tres semanas de travesía, cruzando parte de los Estados Unidos y entramos a México por Laredo…”
“Conocí a toda la antropología en su conjunto, los que trabajaban en el museo, los arqueólogos, los antropólogos físicos que medían los huesos, los lingüistas que estudiaban los idiomas indígenas y los antropólogos sociales y etnólogos con que me identifiqué más porque estudiaban las comunidades y los pueblos indígenas, los problemas sociales, la cultura, la organización.”
“Ahí me comencé a enterar, a mis 21 años, de que todo era muy complejo. El gobierno había decidido hacer eso sin jamás consultar, ni pedirle permiso a los indígenas. Vi mucho drama humano y desde el principio cuestioné la política que era capaz de hacer algo y decir ‘es para el bien de los indígenas, eso es el progreso nacional, las presas son importantes porque van a irrigar, a generar energía eléctrica’. Todo eso, pero ¿para quiénes? No para los indígenas, me di cuenta inmediatamente.”
«Escuchamos los discursos de los políticos en los que siempre nos dicen que tienen todo el interés en ayudar a sus hermanos los pobres, los indígenas, etc., y a fin de cuentas el resultado no se da jamás o es muy pobre. Pero hay mucho más. Hay un historial de exclusión social de los indígenas, el concepto de policía de la sociedad dominante, la sociedad de los blancos, de los inmigrantes, como en la América Latina criolla, los criollos y mestizos, en la América Latina mestiza, que se formó en los primeros siglos de la colonización, pero que creó castas, sistemas de castas y de clases en donde los aborígenes, los indígenas, los autóctonos, los pueblos originales, las Primeras Naciones, los indígenas, etc., como sea que queramos llamarlos, siempre han permanecido en la parte más baja de la escala y la estructura social. Han permanecido allí porque continúa funcionando, en cierto modo, la explotación y la opresión del colonialismo, que no terminó con la independencia política y ha continuado como una especie de colonialidad interna o colonialismo dentro del país. Este modo de explotación reproduce las estructuras asimétricas de explotación y opresión, contiene aspectos muy fuertes de discriminación y de racismo étnico y cultural. No se trata únicamente de racismo biológico, es un racismo contra los que no son «los nuestros», aquellos que siempre han sido inferiores: la mano de obra esclava, feudal o servil a quien se le puede explotar para el bienestar de los que se encuentran arriba en la jerarquía. Así es el sistema. ¡Y el sistema continúa! Por lo tanto, no se trata únicamente de la voluntad política como algo individual, como si un político pudiera decir: «Ahora yo voy a cambiarlo todo.» Obviamente es importante que existan hombres y mujeres políticos que deseen resolver estos problemas y que estén en posición de poder hacerlo. Pero la cuestión es otra. Desde el punto de vista estructural, nos encontramos con la exclusión de los pueblos indígenas porque desde un principio ni siquiera se les consideraba como seres humanos, siempre se les ha considerado como salvajes, primitivos, bárbaros y por lo tanto, fuera de la civilización, la civilización cristiana y europea. Y todo esto ha continuado hasta el presente. Además, son gente cuyo Estado no está dispuesto a aceptar su diferencia cultural. Todavía hoy observamos una parte de este racismo con los inmigrantes en Europa. No se si sucede de la misma manera en Canadá. Si alguien viene de un país que no sea europeo, si viene del tercer mundo – otra vez este término –, el resultado es siempre el mismo: la exclusión social de aquellos que no son herederos de la civilización europea, con su concepto de modernidad y de universalidad, su propia universalidad, que rechaza las diferencias de los no occidentales. Siempre se ha considerado a los indígenas como no occidentales dentro de este concepto que tenían de sí mismas las elites gobernantes, dominantes, autodenominadas superiores, es decir: «Todo aquello que no entre dentro de nuestro modelo cultural, nuestro modelo religioso y nuestro modelo lingüístico no es aceptable. Por lo tanto el objetivo es eliminar, liquidar, posiblemente por vía el genocidio, o bien asimilarlos contra su voluntad, para que pasen a formar parte de las clases pobres de la gente que será incorporada al sistema económico, pero que jamás tendrá los mismos derechos que nosotros que estamos on top of it all (en lo más alto).» Es un sistema que se manifiesta de varias maneras: por medio de las leyes, la educación, los medios de comunicación, las políticas culturales, las políticas de reclutamiento de las empresas, etc. Así, tenemos la discriminación, el racismo, la exclusión social, la explotación económica, la opresión política: «Tú no puedes participar en la política si no aceptas las reglas del juego y dejas de ser indígena.»
Rodolfo Stavenhagen
(Alemania, 1932 – México, 4 de noviembre de 2016)
Sociólogo, antropólogo y defensor de los derechos humanos de los pueblos indígenas.